miércoles, febrero 03, 2010

Algunos sabores de Michoacán.

A veces yo mismo me cuestiono acerca de mi actitud sobre muchas cosas comunes en éste lugar. Simples cosas como la actitud de la gente, el sabor de la comida, el apreciar algún paisaje; y es que mis compañeros creen que exagero y que soy la personificación el pesimismo y de las quejas sin sentido.

La verdad es que sí me quejo, sí digo las cosas que veo mal y siento que a veces hasta pongo nerviosa a mi novia porque ella no sabe si me va a gustar o no cualquier lado que salgamos. Ya estaba considerando que en verdad yo estaba completamente mal, pero ahora ya supe que no lo estoy del todo (o sea, sí estoy mal pero no mucho).

Este puente que pasó decidí llevar a mi novia a la tierra de mis papás, donde cada vacaciones nos la pasábamos. A Patzcuaro, Michoacán. Debido al catéter y las hemodiálisis que le efectúan a ella, nada más planee una visita a dos de los pueblos cercanos para estar a gusto, sin prisas, sin caminar mucho para que ella no se cansara tanto. Fuimos a Santa Clara del Cobre y a Zirahuen.

Al llegar, mi novia se percató del frío que hacía en el lugar, para ella se le hacía mucho pero a la vez dijo que era un frío rico porque es húmedo. El primer lugar al que fuimos fue a la isla de Janitzio en el lago de Pátzcuaro. Ella no había tenido tanto contacto con lagos así que ese primer día le gustó mucho el poder viajar a esa isla que está a mitad de uno. Se dio la oportunidad de comer un filete pero lo que le gustó mas fueron los charales fritos con chile, al ser frescos pues los saboreó mucho.

Al siguiente día desayunamos unas corundas rellenas (que son como tamales en forma de pirámides) que se les hecha salsa y crema. Con un atole de tamarindo, éstos puestos están frente a la basílica de la “Virgen de la Salud”. Probando esos sabores comenzó a comprender lo que yo desde niño estaba acostumbrado.

Después de haber pedido a la virgen por la salud de ella y que el trasplante (que cada vez está más cerca) sea exitoso. Nos dirigimos a la laguna de Zirahuen. A ella le gustó muchísimo ese lugar ya que se puede ver el azul de la laguna contrastando con las montañas verdes. En ese momento comprendió el porqué paisajes desérticos no me impresionan y no me gustan porque pudo ver los paisajes en los que había crecido.

La visita a Santa Clara del Cobre fué principalmente para ver los trabajos artesanales de cobre que hacen los lugareños. Después de mucho pensarlo, se animó a comer un taco de las famosas carnitas que, aunque no estábamos en Quiroga, la región se caracteriza en hacerlas muy similares. Ahí en ese instante, al dar la primera mordida al taco, fue cuando me comprendió totalmente todos los corajes que hago al quejarme, tanto por el servicio de la gente de Querétaro, así como de su comida insípida.

Yo llegué a pensar que era yo el que estaba ya muy mal, mi apatía en trabajar aquí o que de plano ya veía lo malo en todo. Pero al fin mi novia, a pesar que conoció solo un poco de esa región de México, me dio toda la razón que no hay comparación con la comida que se come ahí a lo que tenemos que comer diariamente.

Finalizó tomando un Atole Negro (hecho con la cáscara del cacao) que ella no conocía su existencia y que a pesar de su apariencia que parece chapopote, vio que el sabor es único y delicioso.

Ese simple viajecito sirvió para que ella le eche más ganas y siga probando esos sabores que con el paso del tiempo se tornan desconocidos para nosotros y que al fin me comprendiera los motivos de los que critico el lugar donde estamos trabajando actualmente.

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