No recuerdo la edad exacta cuando me dí cuenta que vivimos en un mundo injusto. Sé que fue en la primaria y cada vez que trato de recordar alguna cosa que no se me hacía justo, sale otra cosa de más atrás que podía calificar como mis primeros corajes o decepciones de esperar una recompensa de algo. Pero igual he visto que muy pocas veces la justicia llega, quizá muy tarde, algo así como unos 20 años tarde.
En la primaria era un niño muy pobre, mis tenis no llegaban ni a ser “panam” como los demás, generalmente eran gastados de alguien que ya los había usado y me los habían dado algún familiar. Las camisas eran hechas por mi mamá, como no es costurera, pues la verdad no le quedaban muy bien. Y el suéter y pantalones igual eran de segunda mano. Pero a pesar de esas carencias, era el mejor estudiante de mi escuela.
Creo que los maestros se sorprendían por la facilidad que tenía para la absorción de conocimientos y la resolución de problemas a pesar de mis vicisitudes. Lógicamente tenía competencia de mis amigos también inteligentes. La competencia era necesaria entre amigos pero aún así nos ayudábamos y éramos tan Neris que luego nos poníamos más problemas o competencias de velocidad en resolver los quebrados o divisiones largas. Rara vez yo perdía.
Pero había un wey que nos caía gordo. Sobre todo porque era demasiado presumido; su familia podía darse el lujo de comprar todo su uniforme nuevo cada año y lo que más nos presumía eran sus tenis. Diseños que me gustaban y yo no podía aspirar ni soñando. Al menos gracias a él aprendimos los conceptos de “original” y “pirata”, él tenía los tenis más chidos ORIGINALES y pues yo me dí cuenta que todo lo mío era “pirata”. Este wey podía darse el lujo de eso porque su papá era nuestro maestro y en la tarde era el director de la escuela.
Lo conocí mientras cursábamos 5º y 6º de primaria. Su papá (el maestro) tenía un sistema discriminatorio porque nos sentaba conforme nuestras calificaciones. Eran mesas para dos asientos y en el mejor lugar, hasta adelante al centro del salón, siempre lo ocupaba su hijo y yo. La verdad, su hijo no era tan inteligente, sí se defendía porque era de entender que tenía asesoría directa de su papá después de clase. Tenía acceso a los libros y el material necesario para las tareas y trabajos y todo lo hacia tal cual el maestro lo quería.
Comenzó la rivalidad y el coraje porque en los exámenes, veía que algunas de las respuestas las ponía mal, me reía por dentro sabiendo que su calificación no iba a ser muy buena y podría tener a mi amigo a mi lado hasta al frente del salón y al hijo del maestro estaría, por fin, detrás de nosotros. Extrañamente, en la entrega de los exámenes calificados, él había sacado la misma calificación que yo!!.. Veía su examen y las respuestas incorrectas que había puesto, estaban corregidas!! Seguramente en casa, su papá le daba la oportunidad de corregir el examen para que siempre saliera su hijo con alta calificación.
Aún así, yo tenía el mejor promedio de la escuela. Era popular y todas las mamás de mis amigos (y de la escuela) me conocían porque era el niño más pobre que tenía las mejores calificaciones. En el último año, después de las mamadas esas del vals de fin de la primaria y todo eso, entregaban un diploma-reconocimiento al niño con mejor calificación en todos los 6 años. Al hacer el anuncio y con eso se cerraba la ceremonia de fin de cursos, las mamás y mis amigos me abrían paso porque sabían que eso me correspondería a mi. Comprendí lo que era la injusticia porque toda la escuela fue testigo que mi nombre nunca fue dicho. Se escucharon descontentos, silencios y después muchísimos abucheos de toda la gente cuando se dio a conocer que el que había ganado el diploma había sido el hijo del maestro. Por la cantidad de abucheos no se escucharon las palabras que dijeron después los maestros ni mucho menos al hijo de maestro.
No sé si sea justicia divina o simplemente reflejo de lo mal que hacía su papá al educar y mimar a su hijo. La semana pasada leí en el periódico que alguien, con el mismo nombre ( no lo podré olvidar nunca) y de mi misma edad, había sido capturado cerca de donde vivía por vender droga al menudeo.
En la primaria era un niño muy pobre, mis tenis no llegaban ni a ser “panam” como los demás, generalmente eran gastados de alguien que ya los había usado y me los habían dado algún familiar. Las camisas eran hechas por mi mamá, como no es costurera, pues la verdad no le quedaban muy bien. Y el suéter y pantalones igual eran de segunda mano. Pero a pesar de esas carencias, era el mejor estudiante de mi escuela.
Creo que los maestros se sorprendían por la facilidad que tenía para la absorción de conocimientos y la resolución de problemas a pesar de mis vicisitudes. Lógicamente tenía competencia de mis amigos también inteligentes. La competencia era necesaria entre amigos pero aún así nos ayudábamos y éramos tan Neris que luego nos poníamos más problemas o competencias de velocidad en resolver los quebrados o divisiones largas. Rara vez yo perdía.
Pero había un wey que nos caía gordo. Sobre todo porque era demasiado presumido; su familia podía darse el lujo de comprar todo su uniforme nuevo cada año y lo que más nos presumía eran sus tenis. Diseños que me gustaban y yo no podía aspirar ni soñando. Al menos gracias a él aprendimos los conceptos de “original” y “pirata”, él tenía los tenis más chidos ORIGINALES y pues yo me dí cuenta que todo lo mío era “pirata”. Este wey podía darse el lujo de eso porque su papá era nuestro maestro y en la tarde era el director de la escuela.
Lo conocí mientras cursábamos 5º y 6º de primaria. Su papá (el maestro) tenía un sistema discriminatorio porque nos sentaba conforme nuestras calificaciones. Eran mesas para dos asientos y en el mejor lugar, hasta adelante al centro del salón, siempre lo ocupaba su hijo y yo. La verdad, su hijo no era tan inteligente, sí se defendía porque era de entender que tenía asesoría directa de su papá después de clase. Tenía acceso a los libros y el material necesario para las tareas y trabajos y todo lo hacia tal cual el maestro lo quería.
Comenzó la rivalidad y el coraje porque en los exámenes, veía que algunas de las respuestas las ponía mal, me reía por dentro sabiendo que su calificación no iba a ser muy buena y podría tener a mi amigo a mi lado hasta al frente del salón y al hijo del maestro estaría, por fin, detrás de nosotros. Extrañamente, en la entrega de los exámenes calificados, él había sacado la misma calificación que yo!!.. Veía su examen y las respuestas incorrectas que había puesto, estaban corregidas!! Seguramente en casa, su papá le daba la oportunidad de corregir el examen para que siempre saliera su hijo con alta calificación.
Aún así, yo tenía el mejor promedio de la escuela. Era popular y todas las mamás de mis amigos (y de la escuela) me conocían porque era el niño más pobre que tenía las mejores calificaciones. En el último año, después de las mamadas esas del vals de fin de la primaria y todo eso, entregaban un diploma-reconocimiento al niño con mejor calificación en todos los 6 años. Al hacer el anuncio y con eso se cerraba la ceremonia de fin de cursos, las mamás y mis amigos me abrían paso porque sabían que eso me correspondería a mi. Comprendí lo que era la injusticia porque toda la escuela fue testigo que mi nombre nunca fue dicho. Se escucharon descontentos, silencios y después muchísimos abucheos de toda la gente cuando se dio a conocer que el que había ganado el diploma había sido el hijo del maestro. Por la cantidad de abucheos no se escucharon las palabras que dijeron después los maestros ni mucho menos al hijo de maestro.
No sé si sea justicia divina o simplemente reflejo de lo mal que hacía su papá al educar y mimar a su hijo. La semana pasada leí en el periódico que alguien, con el mismo nombre ( no lo podré olvidar nunca) y de mi misma edad, había sido capturado cerca de donde vivía por vender droga al menudeo.
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